sábado, 24 de marzo de 2012

Durango, tesoro de tradiciones mexicanas

Quiso el azar que la librería “Leyendas de Durango” estuviera enclavada en la calle Hidalgo, entre 20 de noviembre y 5 de febrero. Tal vez su localización no haya sido tan casual como que esos sean los nombres de las calles donde fue dispuesta, porque para una fuente de difusión cultural, patrimonial e histórica como lo es una librería, ello puede tener un profundo significado en México, como en cualquier otro país.
La calle Hidalgo debe su nombre al célebre cura del pueblito de Dolores, quien en 1810 inició la Guerra por la Independencia. Una de sus entrecalles, la céntrica avenida 20 de Noviembre, fue bautizada así para rendir tributo al día del triunfo de la Revolución Mexicana de comienzos del siglo XX. La avenida 20 de Febrero, por su parte, contiene una doble connotación, ya que en 1857 tuvo lugar una importante Reforma en la Constitución Política de México, mientras que en 1917, un día como ese, los mexicanos fueron protagonistas de su nueva Carta Magna.

Al llegar allí me esperaba un caballero elegantemente vestido, abundante en canas, serio y hospitalario. Aguardaba mi anunciada visita que habíamos concertado por teléfono anteriormente, cuando hube de manifestarle el interés por conocerle. Ese ilustre durangueño se nombra Manuel Lozoya Cigarroa y es el Cronista de Durango.
Ser Cronista no es cosa fácil si de un mero voluntario deseo se trata. Para desarrollar una labor de esa índole y ser reconocido como tal, se precisa de una vasta cultura y profunda vivencia existencial. Hay que sentir la historia y los sucesos que han hilvanado el complicado tejido de la tradición, para saber comunicarlos de forma elegante y pedagógica a las generaciones actuales y por venir.
En el caso del maestro Manuel Lozoya Cigarroa, rápidamente advertí por qué se trata sin discusión del Cronista de Durango. Desde el momento en que nos saludamos e intercambiamos las primeras palabras, hube de percatarme de la presencia de un excelente pedagogo, alguien que ha hecho de la enseñanza un elemento consustancial de su cotidianeidad.
Nació el 3 de octubre de 1930 en la ciudad de Durango, y cuando se le pregunta no demora en responder que desde sus tiempos de alumno de la primaria, sentía la inquietud por escribir.
Me contó animado el maestro Lozoya que entonces había una asignatura denominada INFORMACIÓN ORAL Y ESCRITA, por la cual sentía especial predilección. El maestro les hacía una narración. Después pedía a los niños que la repitieran oralmente, y luego que cada uno la escribiera en su cuaderno como la recordaba.  Cierto día su maestro llevó al grupo al Parque Guadiana y al regresar al aula se les pidió que escribieran acerca de lo que allá vieron. En aquel tiempo Lozoya cursaba el primer grado y, lo que más le llamó la atención en el Parque Guadiana fue el Lago de los Patos. Entonces tomó el lápiz y escribió que “los patos nadaban en el agua orgullosos de su plumaje blanco”, algo que al ser leído causó admiración entre sus condiscípulos.
Días más tarde, lunes, para ser más exacto, se le hizo un homenaje a la Bandera y como estímulo el entonces pequeño Manuel fue llevado al Acto para que leyera su composición. Aquello resultó algo espontáneo que despertó el interés de todos los profesores presentes, quienes enseguida le inspiraron la idea de llegar algún día a ser escritor. Aquello sirvió para que “se volara” con la vanidad y siguió escribiendo sus composiciones aunque, a decir verdad y quién sabe por qué, sus compañeros le hacían mofa. No obstante, él continuaba ejercitándose en el apasionante oficio de escritor.
Todo el que escribe tiene, como tan certeramente expresa Gabriel García Márquez, una “manía de contar”. Es el afán por decirlo todo de la manera más hermosa posible. Es el mismo interés del pedagogo genuino que se desvive por llevar la luz del saber a sus discípulos en todos sus pormenores y con el mayor lujo de detalles. Esa realidad común a escritores y maestros hizo que Manuel Lozoya Cigarroa comenzara su vida profesional como maestro.
En 1966 era maestro de la Escuela Normal Rural de Tamatán en el Estado de Tamaulipas, y fue cuando escribió su primer libro que tituló GUÍA DIDÁCTICA DE CIVISMO. Según el propio Lozoya, casi todos se burlaron de su obra. No eran capaces de entender cómo un humilde maestro rural era capaz de desarrollar una obra de semejante envergadura.
Por encima de cualquier clase de temores, Lozoya continuó su quehacer como escritor siempre mirando hacia delante.
Entre otras actividades literarias de aquellos años, figuró su participación en Concursos de Composición y Ensayo. En Durango fue laureado en el Primer Concurso Estatal convocado por el periódico LA VOZ DE DURANGO.  Alcanzó el Primer Lugar con la composición titulada: A LA MADRE. Durante sus participaciones en los concursos convocados por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, también obtuvo varios primeros lugares.
En 1970 la Secretaría de Educación Pública convocó al concurso LOS MAESTROS Y LA CULTURA, en el cual fue acreedor al Primer Lugar Nacional gracias al Ensayo que tituló: MAESTROS HÉROES Y MÁRTIRES, obra en la que narraba el sacrificio de dos maestros rurales muertos durante la Revolución Cristera. Ese mismo año había publicado su primer libro LEYENDAS DE MI TIERRA, impresión que fue un éxito editorial. El primer tiraje de 1000 ejemplares le estimuló a continuar.
El maestro Manuel Lozoya Cigarroa ha desarrollado desde entonces a la fecha una intensa labor como escritor, muy consagrado a salvaguardar el patrimonio de tradiciones e identidad que con tanto celo y orgullo exhibe el Estado de Durango. Hasta fines del año 2003 eran 25 sus libros publicados, en todos los cuales vislumbra a todas luces su noble propósito didáctico.
Toda la obra concerniente a las Leyendas de Durango está recogida en siete volúmenes que también incluyen relatos costumbristas. El maestro Lozoya los recopiló y recreó con su ameno estilo de escribir, movido por el afán de rescatar del olvido la tradición oral durangueño, lo cual es parte de su patrimonio cultural. Los siete libros contienen más de trescientas leyendas y relatos; en su condición de pedagogo, Lozoya se propuso también conseguir que sirvieran de estímulo a los niños para fomentar su hábito por la lectura.
Algo que da igualmente testimonio del éxito de tan abarcadora obra, es que la Universidad Juárez, a través de Radio Universidad y del Instituto Tecnológico de Durango, le solicitó la debida autorización para grabar las leyendas en audio y video casetes. Hasta el momento él no ha accedido a la petición, alegando que esas leyendas fueron escritas para ser leídas, puesto que en su opinión solamente la lectura desarrolla culturalmente al ser humano.
Además de las Leyendas de Durango, el maestro Manuel Lozoya Cigarroa publicó un primer tomo con biografías de hombres y mujeres ilustres de Durango, con un total de doscientas veinticinco biografías. Tiene un segundo tomo que incluye doscientas setenta más. Como auténtico durangueño no falta en su currículo de escritor una semblanza del caudillo Pancho Villa.
El didactismo del autor busca en sus personajes las conductas ejemplares que sirvan de orientación a las nuevas generaciones para tomarlas como paradigmas que promuevan mejores ciudadanos para el presente y el futuro.
Otro aspecto de su obra incluye una Historia Mínima de Durango y el libro Rincones de Durango; La Plaza de Armas; Monografía del Municipio, y Durango Antiguo. Varios de estos libros incluyen un caudal fotográfico de inapreciable valor.
Todo el quehacer literario y cultural en general de Manuel Lozoya Cigarroa ha sido debidamente reconocido en reiteradas ocasiones. Entre otras, se hizo acreedor de la Medalla Francisco Zarco, otorgada por el Gobierno y Congreso del Estado de Durango a sus hijos más distinguidos. Recibió también la Medalla Ignacio Manuel Altamirano de la Secretaría de Educación Pública, que se le concede a los maestros que han cumplido 50 años de servicio. Otra presea recibida es la Medalla 22 de Septiembre, que  otorga el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación a los profesores más distinguidos de México.
Por encima del honor que constituye gozar del reconocimiento oficial y público, su mayor satisfacción reside en seguirse conservando pobre a pesar de tener tantos libros escritos y publicados; satisfecho igualmente de haber puesto la obra de tantos años al servicio de su comunidad. Una vocación que se ha concentrado en coadyuvar a la creación de una fuerte conciencia cívica en los niños y jóvenes durangueños.
He visto y constatado en él al maestro de carrera, y de probada vocación, que ejerció la docencia durante medio siglo y que ha sido capaz de crear sus propias herramientas e instrumentos para enseñar de  modo más efectivo.
Este hombre sencillo y de extracción humilde se ha propuesto mostrar lo que fue Durango, lo que es y cómo imagina que podrá ser con la acción creadora de quienes aman esta tierra lo mismo que él. Pienso que lo ha logrado, ¡y con creces!

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