Cierto también que, en temas de amor, “el corazón tiene
razones que la razón desconoce”, lo que explica esa simpatía amorosa innata,
involuntaria y casi misteriosa que nos provocan ciertas personas, paisajes y
hasta animales, plantas y obras del ingenio creativo humano. Todavía me parece
difícil que alguien tenga explicación para esos sentimientos que, apenas sin caer
en la cuenta de que están ahí, nos empujan hacia alguien o algo de modo
apasionado mediante una entrega despojada del menor interés utilitario.
Existen muchas manifestaciones de amor como formas de amar: a
Dios; al universo; a todo lo creado; a la humanidad; a un ideal humanístico o patriótico;
a una causa que entrañe en su consecución el bien común, ¡a la persona a cuyo
lado desearíamos compartir nuestra vida con todos sus altibajos y venturas!
Esas manifestaciones de amor explican las actitudes de los grandes amantes de
la historia, en el más amplio y legítimo sentido del término, quienes han sido
y son capaces de consagrar sus vidas a un proyecto o ideal que nada espera a
cambio y, en innumerables ocasiones, se les retribuye con indiferencia, la
crítica, el olvido o insuficiente gratitud.
Muy en boga se ha puesto en el mundo la expresión “hacer el
amor”, que aduce a la relación íntima y profunda de pareja que, debiendo serlo
siempre, no en todos los casos significa entrega mutua y afecto sincero, sino
el desahogo de un impulso plenamente biológico o pasional. ¡Cuán bien haría a
la Humanidad una rectificación de tal concepto! ¿Será, acaso, “hacer el amor”
la relación violenta, obligada y a veces hasta coercitiva de una unión que una
de las partes no desea o no entiende y para la cual no está debidamente
preparada? Incluso, ¿es “hacer el amor” unirse carnalmente en una relación de
carácter netamente egoísta, de autosatisfacción y mero “gusto por el placer”?
¿Una relación carnal basada en el engaño o la mentira será también, acaso,
“hacer el amor”?
Considero plenamente que la unión física íntima de dos
personas es o debiera ser: “expresión del amor sincero, liberado de tabúes y
prejuicios”, y por encima de todo reflejo y manifestación suprema y “superior”
de un amor edificado sobre la base del respeto y del bien común.
Apelo a nuestro hermano mayor José Martí cuando escribió:
“Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto”. Exacta definición
porque lamentablemente existen cosas a las se les llama “amor” y carecen de la
necesaria delicadeza, el respeto y la fina esperanza; como hay amores
inmerecidos.
Inspirándome en esa máxima del Apóstol confío en que algún
día el mundo acepte que el amor desinteresado, de mimo y despojado del
hedonismo egoísta; el amor donde el placer exprese la plenitud de la entrega
mutua y se despoje de los fetichismos que “cosifican” a la otra o al otro, se manifiesten
como expresión plena de aquello que como la planta se siembra y se riega día
tras día sin importar los sacrificios, y que un día hace brotar la flor que
poco después da los mejores frutos: ese amor se construye y edifica a diario
andando juntos en un “nosotros” el sendero hermoso de la vida.
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