lunes, 14 de septiembre de 2015

Divagación en torno a una taza de té



Hora del Té

El Té es una de las infusiones más diseminadas por el mundo. Su cultivo se extiende por la India, Sri Lanka, China Continental, Kenia y Azerbaiyán, incluyendo también naciones del Medio Oriente. Luego del imprescindible agua y el café, ocupa un sitio privilegiado entre los bebedores del orbe – no hago alusión a las bebidas alcohólicas – aunque un buen vino o una cerveza bien fría, de esas que "cortan", no se quedan muy atrás en el orden de las preferencias.
La Camellia sinensis, como la identifica su nombre botánico, es consumida en las formas de Té Negro y Té Verde. Los chinos son excelentes bebedores y los ingleses les hacen competencia. A propósito, entre los británicos constituye casi un ritual; alrededor de las cinco de la tarde se reúnen en familia o entre un círculo íntimo de amistades y esta bebida precede las acostumbradas visitas vespertinas al teatro, espectáculo que igualmente forma parte de la tradición inglesa como colofón del diario vivir y preámbulo de la cena.

Hecho curioso es que cuando los británicos colonizaron la India y China, el hábito de consumir Té formó parte de una “colonización” a la inversa. Si a hindúes y chinos apenas les quedan vestigios de la presencia británica, en éstos, en cambio, prevalecen marcas incorporadas a su cotidianidad, como lo es su pasión por el Té. Lo consumen con bizcochos, y platicar en torno a tazas humeantes constituye expresión de amistad; es un acontecimiento previsto a diario donde el paladar y el olfato se ponen de acuerdo para un acto singularmente placentero.
En Cuba, hace décadas, había personas adictas al Té. Recuerdo de niño que en Cienfuegos hubo un próspero comerciante chino, Lai C. Pons, llamado comúnmente León Pons, quien todas las tardes preparaba abundante Té y muchos de sus empleados asumieron la costumbre de compartir con él esa bebida aromática. Pero, a decir verdad, la mayoría lo concebíamos como algo con fines medicinales, ya que el café le aventaja en nuestra preferencia.
Durante los años de cercanía con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética se importaban considerables cantidades de un Té cosechado en Azerbaiyán; se traía a granel, empaquetado en papel aluminio que luego era envasado. Fue así como nuestra afición al Té creció al extremo de que hoy – felizmente – forma parte de las preferencias de muchos de nosotros.
Plantación de Té en Sri Lanka
En mis primeros años como escritor radial, el Té formaba parte de mi profesión desde las dos de la tarde, cuando mientras escribía – por la década de los 80s con una antigua Remington – iba degustando aquellas enormes tazas provistas de un aroma que, al tiempo de placenteras, devenían insustituibles estimulantes para mis neuronas. Desde entonces escribir al tiempo de tomar Té Negro, se convirtió para mí en algo inseparable.
Admito que el café me apasiona, jamás he podido prescindir de su consumo, excepto durante una crisis de gastritis que me obligó a posponer su consumo. Y a propósito, en aquel tiempo leí el libro “Las abejas, farmacéuticas aladas”, de un científico ruso, y hallé la fórmula para curarme la gastritis: Tomar en ayunas una taza de Té Negro, endulzada con miel de abejas. Aquello fue la cura para tan molesto padecimiento.
Muchos recomiendan el Té Verde; afirman que es un buen antioxidante y calma los nervios. En mi caso prefiero el Té Negro, es algo así como que me sube la adrenalina y las neuronas empiezan a saltar de contento, lo que desata una mayor creatividad. Lo comparo con una música que atrae a las musas.
Y como el mercado penetra por todos lados, lamentablemente abundan las adulteraciones a esta bebida. Ya abundan los de menta, canela, tilo o tila, manzanilla, hierbabuena, de frutos rojos  y muchos otros inventos que nada tienen que ver con el Té original, ese que los ingleses degustan desde hace siglos y que tuvo su protagonismo durante la Guerra por la Independencia de las Trece Colonias de la América del Norte. Recordemos que el impuesto al Té fue uno de los estallantes en la emancipación de lo que hoy es Estados Unidos de Norteamérica.
Té Negro
A mí que no me digan de esos tés de mil y un sabores, en su mayoría compuestos por químicas de laboratorio. En mi caso lo prefiero como originalmente ha sido: verde o negro de la familia de la Camellia sinensis; lo demás es puro cuento de caminos. Mas, cuidado, que  hay sobrecitos de Tés negro y verde que también son pura química, preparados con flavonoides y otros productos artificiales que, en resumen, son una  caricatura mala  del original. El mejor es ese que se despacha a granel. Allá quien se deje embaucar. Todo lo otro son infusiones – modos de preparación semejante al Té – de hierbas y sabores distintos.
Todavía y a pesar de mi pasión por el cubanísimo café del que siento orgullo, no vacilo en afirmar que a menudo me doy el gran gustazo saboreando una buena taza de Té; casi siempre junto con mi esposa quien, gracias a ese hábito por mí adquirido, lo asume igual que yo como uno de los regalos placenteros de la Naturaleza al paladar. Cierto, no lo tomo con bizcochos a la inglesa ni con pretensiones aristocráticas; no necesito presumir de esas banalidades, más cuando carezco de ellas y me siento bien de esta manera.  Por las tardes acostumbramos endulzarlo con miel de abejas y, créanmelo, además de ser una delicia constituye un buen aperitivo.

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